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No-crónica del cadete y el capitán

En Crónica del cadete y el capitán, el médico, columnista y autor Alfredo Boccia Paz documenta una historia que ha condensado la crueldad de la dictadura de Stroessner, aunque sin narrar la crónica que anuncia desde el título.

 

En 1962, el jovencísimo cadete Alberto Anastacio Benítez murió violentamente, en circunstancias extrañas. El gobierno dictatorial inculpó al capitán Napoleón Ortigoza, el sargento ayudante Guillermo Escolástico Ovando y el chofer Domingo Regalado Brítez. La investigación y el juicio dieron forma institucional a la enemistad o la animadversión que algunos agentes de la dictadura tenían contra esos hombres, torturados y encarcelados durante tanto tiempo que fue considerada la prisión política más larga de América Latina. Ortigoza y Ovando fueron liberados tras varias décadas. Brítez falleció encarcelado.

El autor que recuerda esta historia utiliza tres registros en el texto: el relato de los hechos concernientes al caso, los comentarios sobre el contexto de la época y las citas de los documentos consultados para la investigación. Los registros no están separados y no mantienen un orden rígido.

El relato de los hechos cumple con las premisas esenciales. Una época, algunos personajes, un acontecimiento. La aparición del cuerpo del cadete sirve al aparato represor para sentenciar a sus enemigos antes de cualquier juicio. Como el destino en los cantos griegos, donde los héroes entretenían a los dioses, el capitán y sus compañeros fueron presa de un sistema que expresaba a la perfección el concepto de la banalidad del mal. Provocar la maldad no requiere odio ni energías inconmensurables. Basta con que el sujeto se interponga en los objetivos del sistema que despacha vidas como ordena un papeleo. Así de rutinario ha de haber sido para los torturadores estronistas anular la humanidad de Ortigoza, Brítez y Ovando, un trámite necesario para sostener la narrativa oficial.

Los comentarios del autor presentan los hechos, la mayoría de las veces. Cada etapa del caso tiene un contexto que sitúa al lector en una sociedad por momentos caricaturizada. Primero, es indolente, silenciosa, inmóvil. Luego de Itaipú, más dinámica, trabajadora, oportunista y fácilmente rica. Con el guiño de la geopolítica de los ochenta, la resistencia se hizo civil, callejera y general. La injusticia contra el capitán y sus compañeros tuvo más repercusión, incluso fuera del país. Merece una mención especial la valentía de los abogados defensores. Tal fue su importancia, bonhomía y coraje (¿puede un buen hombre no ser valiente?) que el primero de ellos, Alberto Varesino Closa, prologa esta edición. Un detalle no menor, cuyo rescate es un ejercicio de gratitud y memoria correcto y necesario.

Las citas en el libro provienen de los numerosos documentos consultados para la investigación. Las fuentes son confiables, aunque el arte está en saber cómo y cuándo citar. Los largos extractos de textos jurídicos son interesantes para los abogados. Más o menos lo mismo se puede decir de las declaraciones de políticos, los artículos de periódicos u otro tipo de relatos orales. Estos grandes y duros bloques de letras interrumpen la lectura. Tanto texto fuera del caso acaba por desplazarlo. Lo vuelve un pretexto para que el autor hable de la dictadura en general con impresiones, juicios de valor y hechos anecdóticos. Por momentos, el texto parece una memoria personal.

Aunque sostenida en datos, publicaciones y testimonios, en una crónica el contexto debe estar al servicio del acontecimiento para lograr una conexión efectiva e íntima con el lector. Incluso si estuviese presente la autorreferencia (como en El samurái de la Gráflex de Daniel Salinas), las ideas y las emociones del cronista lo llevan a fijar la atención en algo y alguien más. La mirada se posa en las razones, los sentimientos y las acciones del otro. Fuerza el texto quien recurre en demasía a los datos o a su propia visión. En el mejor de los casos, lo convierte en un ensayo ⸺aunque en general es una opinión documentada⸺. El producto es un trabajo a medio camino entre una cosa y otra, con elementos en un orden que no honran una crónica.

El deseo de justicia emerge con facilidad en el lector sensible. Los crímenes contra el cadete, el capitán y sus compañeros son una de las mayores injusticias cometidas por la dictadura asesina y desaparecedora. El autor tuvo la oportunidad de escribir una obra breve pero trepidante y memorable, capaz de volverse un faro para generaciones futuras. En cambio, presentó un libro con buenas intenciones pedagógicas pero infiel al género con el que titula.

La crónica como género es atractiva porque usa distintos recursos para situarnos en una historia que debe ser protagonista. En Crónica del cadete y el capitán, las voces del autor, de los abogados y de los políticos opacan el largo y penoso encierro de los protagonistas. En un país donde se silencia a los oprimidos y los reprimidos, cada oportunidad para que se expresen importa. Entre las cosas fundamentales que el libro nos recuerda, está la necesidad de no ocupar el espacio de las víctimas.

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2 Comentarios
  • Lorraine Ocampos
    septiembre 27, 2022

    Muy buena crítica. Efectivamente el exceso de documentos y datos ahogan la crónica y el relato de un hecho muy importante para la historia de la dictadura. Esa también fue mi impresión al leer este libro.

  • George Steiner
    septiembre 23, 2022

    «Casi casi un zapatero a su zapato» diría un conocido mío, al resumir sobre una obra pretenciosa que no logra su cometido el escribidor. Me gusta el filo con que despelleja en contra de la No-crónica, ni por un segundo pensé que fuera contra el autor del libro, conste. Resumiendo: la obra invita a mejorarnos y no creérnosla, que con una supuesta autoridad intelectual podemos dejar de lado la técnica y respetar las formas. En este caso la crónica. ¿Qué diría de esto, por ejemplo T. Capote?

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