
El vito de dinero en Guarambaré, celebrado cada 7 de septiembre en la Iglesia Natividad de María, ha sido vetado por el nuevo sacerdote. Pero algunos guarambareños se manifestaron contra el veto de ese acto que simboliza mucho más que el dinero lanzado.
A las 6:40 de la tarde oscurecida del 17 de agosto de 2022, me reúno con un reducido grupo de ciudadanos frente al mástil de la bandera del Paraguay, en la plaza Emiliano R. Fernández, la principal de Guarambaré. Inocencia, una vecina de la ciudad y amiga de la familia, me invitó a participar de esta manifestación a favor del vito.
Lo primero que observo es el contraste entre furia contenida y solemnidad con que los manifestantes juntan palos de escoba y botellas cortadas a la mitad para fabricar antorchas, una pintura desconocida de vy’a renda, el lugar de la alegría, como es reconocida la ciudad por la algarabía de sus fiestas. «Hay que esperar que termine la misa», se justifican algunos.
Cuando termina, el pitido de una de las fábricas de azúcar señala el final de un turno laboral y una formación de policías se ubica frente a las rejas que circundan la Iglesia Natividad de María desde hace algunos años. De un momento a otro, la manifestación pacífica de los vecinos adquiere un tono de peligro, como si los hijos y los nietos de los constructores del templo fuesen capaces de deshonrar la residencia de la fe guarambareña.
Sorprendidos e indignados, los manifestantes, gente que he visto pasar en las calles o compartir una pizza con sus familias día tras día, gritan: «Se pueden ir nomás los oficiales. Nada ko no le vamos a hacer». De golpe, la plaza se ilumina con el inquebrantable flash de un medio nacional al compás de una orquesta de abucheos. La súbita conciencia de que la iglesia es una propiedad privada colisiona contra el sentimiento de pertenencia de los vecinos. Ellos aseveran una y otra vez, más para ellos mismos que para la fila policial, su pertenencia y amor a ña Natí, la Virgen María, a quien ven secuestrada de sus creencias y tradiciones.
Guarambaré ha dejado de ser vy’a renda y se ha convertido en un pueblo dividido. «Es un infierno chico», dice Inocencia. El sacerdote Marcos Wilk ha prohibido que se lleve a cabo el vito desde la torre del templo. Argumenta el peligro físico al que se expone a los niños que participan del vito, la experiencia degradante que representa tirar dinero desde la iglesia y la falta de fundamento religioso de esta tradición. Algunos vecinos lo apoyan y vituperan contra los promeseros. Otros dicen: «Un advenedizo lo que es. Él gua’u es polaco y nos trata como si fuésemos indios o delincuentes».
La decisión es, para muchos, más de lo que están dispuestos a soportar por respeto a una figura de autoridad. Limitado estrictamente desde la llegada del sacerdote a Guarambaré, el vito parece destinado a separarse de la esencia espiritual que le fue conferida por los promeseros, una tradición cuyo origen escapa a la memoria del pueblo, pero que es celebrada cada 7 de septiembre desde hace más de 150 años.
Mientras observo detrás de una cámara cómo la gente de la ciudad se saluda, sonríe y se lamenta en un ambiente de melancolía y protesta, recuerdo las preguntas que escuché durante las semanas previas a la manifestación: «¿por qué ahora?», «¿por qué así?», «¿qué pasó?»
La tradición del vito no ha permanecido inalterada en el tiempo. En un principio los promeseros subían a la torre del templo para lanzar el producto de sus chacras en beneficio de quienes lo necesitaban. Después llegó el papel moneda y, según testimonios orales, incluso un Alexander Hamilton cayó desde lo alto de la torre alguna vez. A excepción de los dos años de aislamiento a causa de la pandemia de la covid, nunca se había interrumpido. Ni siquiera tras el derrumbe de la iglesia, hace más de medio siglo.
Una señora, Georgina, con el peso de la edad y la angustia rememora que había acarreado piedras sobre la cabeza, bajo el sol, para contribuir con la reconstrucción de la iglesia de Natí. Sonríe de nuevo cuando recuerda a un exsacerdote que se reunía con el pueblo e invitaba a las señoras a bailar. «No así como este que viene a prohibir todo». A pesar de que ya no logra oírme, se ríe de mis reacciones ante las picardías de su juventud.
La aglomeración es caótica y cada vez más numerosa. La tarima ha sido ocupada completamente por portadores de antorchas y pañuelos blancos que rezan «Sí a la tradición». Corren rumores de que el sacerdote ha amenazado con expulsar de la escuela parroquial a quienes participan de la manifestación. El resoplo de «estamos en nuestro derecho de manifestarnos» es un preludio para la oratoria del concejal Sergio Ortellado: «No porque la ñamomboseirei la pirapire, sino porque la ikorasõ mbyteguive y en la intimidad y en el silencio de su hogar, hubieron (sic) gente que se encontró con la ña Natí y le pidió por la salud de su hijo, por su recuperación y tuvo un contacto íntimo con la Virgen. Y no necesitó venir en (sic) el templo a la misa. En la intimidad, en el silencio de su hogar, se encontró con ña Natí y le dijo: “Por tu bendición, por tu acompañamiento, el 7 de septiembre, te honraré, de esta manera”. Eso es el vito». Los oyentes son ojos inquietos y brillantes que evocan sus realidades en las palabras del concejal.
Ni el zumbido de un dron que recorre la plaza ni los estallidos de 12×1 que señalaban el inicio de una prédica a la ciudad se detienen. Uno de los reporteros presentes y yo no podemos evitar sobrecogernos ante cada explosión consecutiva. Los vecinos, en cambio, son inmutables. «No es denigrante. Es como nosotros cumplimos nuestra promesa a la Virgen», es el argumento con el que algunos guarambareños defienden la tradición del vito. El micrófono de Radio Sur está disponible para todos los que desean compartir su testimonio. Pero no importa quién tiene la palabra; son las mismas en boca de todos: «Es un acto de desprendimiento y solidaridad. No hay maldad porque es anónimo». Los más osados no tienen temor a insinuar instancias de fariseísmo. El dinero no puede ser protagonista donde reside la fe, a menos que se trate de diezmo u ofrendas. Su presencia es aceptable en tanto su utilidad permanezca en el templo.
Uno de los oficiales en guardia de Natí se acerca a la coalición de promeseros e insulta los motivos de la manifestación. Esto nos toma de sorpresa a todos. Con un gesto bautiza a los reunidos enfrente de la iglesia como «viteros», «mbokapuseros». Durante instantes, el concejal pierde el control de la multitud. Los estallidos de pirotecnia son tan estridentes como los gritos y las invitaciones a moquete.
Un joven de remera verde y estampados en blanco logra enfocar de nuevo la atención de todos con un grito: «¡Eso es lo que ellos quieren!» El efluvio de sentimientos es demasiado para los «provito» en Guarambaré y, guiados por el concejal, se encomiendan a Natí con un Padre Nuestro y un Ave María. Me sonrojo y miro el suelo. ¿Acaso recuerdo cómo rezar un Ave María? Concluyo que lo mínimo que podría hacer es no dar la espalda a la morada de la señora de Guarambaré. Doy media vuelta y pienso: «Es un hermoso edificio».
El mismo joven, casi afónico, asegura que el vito sí se hará este año. Con el permiso de la Municipalidad se levantará una tarima, enfrente de la Iglesia, en terreno público, no privado, para mantener viva la tradición. Ese «no privado» provoca que aflore un entendimiento colectivo. La prohibición del vito es solo la gota que ha derramado el vaso ante un continuo sentimiento de alienación. Han separado a Natí del pueblo. Ese es el verdadero dolor que sienten. La atmósfera, repentinamente, recuerda una escena medieval. «La Iglesia no es solo para los ricos», pronuncia M. G., mientras es secundada por otros vecinos. «Lo que más lamento es que no haya habido diálogo con los promeseros. (…) Con la comisión Galopa y Vito sí hubo, pero con los promeseros no».
Hay algo más en lo que todos los presentes coinciden. Algo pasó, algo cambió. No están seguros de qué, pero sí están seguros de que se ha creado una brecha entre ellos y el sacerdote. Ya no hay confianza ni comunicación. Incluso la posibilidad de enviar el dinero del vito al comedor solidario para niños y ancianos suena a algún tipo de trampa.
Cincuenta minutos después, los promeseros inician una peregrinación simbólica alrededor del templo. Las alabanzas a Natí resuenan contra la cacofonía del tráfico causado por quienes regresan a sus casas después de trabajar. Algunos solemnes, otros risueños en familia, ya no son motivo de atención para los oficiales que vapean frente a la reja.
Algunos días después de la manifestación y la promesa de vigilia permanente, regreso a la plaza y nada parece cambiar con respecto a la posición del sacerdote sobre el vito. Excepto el cordón amarillo y negro que ahora rodea también el mástil de la bandera.
Posdata: el vito de dinero se realizó en la fecha tradicional, el 7 de septiembre, en un escenario improvisado, enfrente del templo, custodiado por policías.
Fotografía: Emilio Bazán (cortesía de Nación Media).
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